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Por culpa de un jodido bicho español (un cuento de Daniel Chavarría)

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No, hombre, no. Matar por matar es una babosada. Yo no soy d’esos majes sádicos que gozan con el sufrimiento de los demás. Yo me enculé de la profesión cuando vi las películas de Rambo y después la del Chacal. Y ahí sí, compadre, descubrí que ése era mi toque. Y me di una entusiasmada que me puse a matar de choto, nomás por practicar. Y desde que hice mis primeros trabajitos ya no quise otro oficio. [...] No pues, lo del circo y el toquecito en el Two Shows era pa’cogerme a las mamacitas ricas… [...] Va pues, como cualquiera, pa’vivir bien y ganar buena plata. [...] Claro, a mí lo que me gusta es alquilar avionetas y tirarme en paracaídas, y comer bien y dejar propinas, y siempre pensé que cuando ganara mucho pisto me iba a ir a Las Vegas, en primera, claro, y allí me iba a coger unas cuantas cheles de las más caras, como haría el Chacal. [...] Claro, él se ganaba un vergo en cada trabajo. [...] ¿A mí? Una babosada, pues. Sólo treinta mil pesos por cada bomba. [...] Unos tres mil quinientos dólares. [...] Bueno, pero por algo se empieza. [...] A ver, dejáme que me acuerde, le compré una caja de música a mi mamá, unas toallas de lujo a mi cipota, y pasé con ella unos días en un hotel de cinco estrellas. [...] Así mismo fue, cuando volví de mi primer viaje a Cuba. Y aquí también la pasé de a verga con unas cubanas que estaban como Dios manda, en hoteles con piscina y fijáte vos que…. [...] ¿Cómo? [...] Sí, pero ¿vos sabés que es lo que más me llega de mi trabajo? Pues lo arrecho que es, y nada más por la aventura y el peligro, hasta de choto sería capaz de trabajar… [...] ¿Cómo decís? [...] Bueno, pues, al principio, joder por encargo no es tan chiche, depende de dónde sea y de cómo se presente la cosa, porque a veces tenés que trabajar en una calle llena de gente, y te parece que todo el jodido mundo te está mirando, y entonces te agüevás, pero después, cuando agarrás confianza y aprendés a trabajar suave, sin apuro, todo te vale verga. [...] No, hombre, porque cuando te ponés a practicar, vos mismo te buscás un lugar apartado y oscuro, y ahí no hay por qué agüevarse, si hasta divertido resulta, pero cuando la cosa es por encargo… [...] No, fijáte que la primera vez, en Guatemala, después de meterle tres balazos a un maje, salí tan jalao en la moto que casi me hago mierda contra un camión… [...] ¿Miedo de hablar? No, hombre, si total, yo ya no tengo nada que perder. El abogado dice que seguro me van a rebajar la pena a treinta años. Y Fidel no gana nada con fusilarme, porque hoy día la pena de muerte va contra los derechos humanos. Bueno…, vos sabés pues, que en los Estados Unidos todo es democrático. Y yo aquí chévere, con el futuro asegurado, porque cuando este gobierno se caiga y vengan a gobernar los de Miami, me van a soltar. [...] ¿De qué te reís, hijueputa? Yo voy a ser un héroe de la democracia y los derechos humanos, pero pa’qué te platico si vos d’eso no entendés ni mierda. [...] No señor, la democracia chévere es la de los gringos, donde hay de todo, de lo bueno y de lo malo, pa’elegir, y donde todo está revuelto, porque las flores nacen del fango, y las plantas se abonan con mierda. [...] Y eso es lo que a mí me gusta, que haya flores y mierda, y que haya leyes también, sí señor, y que haya trabajo pa’todo el mundo, y que la gente decente encuentre un trabajo bueno, y que los hijueputas como vos, también puedan ganarse la vida trabajando pa’los narcos, o como yo, jodiendo gente por encargo, cada cual según su capacidá, pero haciendo lo que a uno más le llega en la vida ¿m’entendés? [...] Va pues, pero eso ya te lo expliqué, pendejo… [...] No, lo que pasó fue que después de ver Rambo y el Chacal, todos los bichos de El Salvador queríamos ser como ellos. ¿Te acordás de la escena en que el Chacal agarra una sandía del tamaño de la cabeza de un cristiano y la revienta de un tiro? Yo la vi diecisiete veces… [...] ¿Que si me gustó? Y también me llegó al corazón ver lo vergón que vive el Chacal, y cómo se viste, y los pañuelitos que se amarra en el pescuezo, y los buenos modales con que come. ¿Y por qué yo no podía ser un caballero como él? En la democracia todo es posible. Y lo primero que hice, para ver si yo también tenía la sangre fría, fue ponerme a practicar… Claro, a matar gente de choto. Me güevié un taxi en San Salvador y me fui a la Zacamil, cuando ya estaba oscurito… [...] No, pendejo, te dije oscurito. Oscurecido ya, ¿quién putas se va a atrever a andar por la Zacamil? Y allí me paré en una esquina, por donde está el cine, y al primer maje que se me acercó le metí un tiro en la cabeza. [...] No, hombre, yo primero lo llamé para preguntarle una dirección, y al verlo acercarse pensé, pobre hijueputa, si vos supieras…, pero lo que me salió fue decirle moríte cabrón, te llegó tu día, y buuum, y al ver cómo le reventaba la cabeza me sentí igual que el Chacal con la sandilla, todo un profesional, ¿m’entendés? Pero no es porque me guste matar. Yo sólo quería aprender a hacer las cosas bien, y estar seguro de no sentir miedo, ni arrepentimiento, ni nada d’eso que te enseñan los curas. Y ahí fue que supe que sin ser gringo ni inglés, ni chele como el Chacal, yo también podía ser un buen killer. [...] Al otro día, cuando vi la foto del chero, un estudiante de la U que salía de la casa de la novia, tampoco me dio nada. En la prensa, la foto en colores mostraba clarito la sangre y los sesos que habían chispiado un poste y la pared de una casa vecina. [...] Sí, y a los pocos días jodí a un ciclista. Lo paré cuando iba llegando a Santa Tecla, bajo La Ceiba, y también le volé la cabeza con un tiro de cuarenta y cinco. Y cuando me enteré de que tenía catorce años y vivía con su mamá y que era el tercero de cinco hermanos sin tata, me di cuenta que le había hecho un favor. Y a lo mejor también se lo hice al italiano. [...] Sí, al que maté con la bomba del hotel Copacabana… [...] ¿Vos no conocés el cuento del pajarito que se estaba muriendo de frío y le cae encima la plasta de una vaca? [...] Claro, en el calorcito revivió, pero al mediodía se secó la mierda y se puso dura, y el pajarito empezó a menearse para tratar de salir, y al ver que la plasta seca se movía, lo vio un zorro y se lo comió. Y eso te enseña que no todo el que te caga te quiere joder; y que no todo el que te quita mierda de encima te quiere salvar; y que el que tiene mierda encima, no puede andar moviéndose mucho. [...] ¿Vos te reís? Fijáte que eso mismo le pasó al italiano, porque decíme vos, ¿a ver? ¿qué verga estaba haciendo el hijueputa italiano en ese hotel tan lejos de su casa? Si quería turistiar ¿por qué no se quedó en Italia que dicen que es tan bonita y va tanta gente? ¿Pa’qué tenía que moverse tanto? Y como dijera el maistro Posada Carriles, aquel italiano estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Yo no lo mandé al maje a que se pusiera allí. Nothing personal, you understand? [...] Y cómo te decía, pues, al pendejo de la bicicleta seguro que le hice un favor, porque después supe que acababa de robársela, y que andaba como chiflado porque la mamá se había metido a puta, y seguro que a él ya se lo habían cogido los hermanos mayores y él se desquitaba con los más pequeños. ¿Qué vale pues la vida de un pendejo como ése? Por eso te platico que yo no soy sentimental, ni arrastro ninguna pena vieja, ni quiero desquitarme por desgracias de cuando era bicho. Yo no le guardo rencor a nadie; pero tampoco siento por nadie eso que llaman cariño. Y creo que la vida es como en la selva. Los animales más grandes se hartan a los más chicos. Así es como Dios armó este rompecabezas de la vida, y por eso a la vida hay que agarrarla como viene. [...] ¿Después? Bueno, después, cuando ya estaba seguro de que yo podía ser como el Chacal, empecé a joder gente por encargo. [...] Anjá, para los narcos. Y como siempre fui arrecho y serio en mi trabajo, un día me mandó llamar el maistro Posada Carriles… [...] ¿Cómo decís? [...] No, eso es muy largo de contar. [...] Claro, ellos me dieron un entrenamiento talegón. [...] No, yo no cometí ningún error. [...] Pues, fue la puta suerte, vos, porque ese día yo había puesto las dos primeras bombas sin ningún problema, la primera en el hotel Copacabana, donde murió el italiano, y la segunda en el Chateau Miramar, y cuando iba a poner la del hotel Tritón, se me metió un bicho español, de unos trece o catorce años… [...] Va pues, un bicho adivino, hijo de sesenta mil putas… Sí, un cipote español de este tamaño, que andaba turistiando con la familia, y fijáte vos que adivinó lo que yo iba a hacer… [...] No me preguntés cómo. Yo no llevaba escrito en la frente que iba a poner una bomba. [...] Va pues, como te estoy diciendo, no más de catorce años, y estaba sentado por ahí, y en cuanto me vio, se paró y me clavó los ojos, y vos vieras lo feyo que me miraba, como si adivinara lo que yo iba a hacer, y vos no lo creerás, pero era una mirada tan rara como si hubiera visto al diablo, que hasta me puso nervioso, pero qué carajos, como yo estaba seguro de que el cipote no podía saber lo que yo iba a hacer, seguí de largo, y como siempre, me encerré en el baño, armé mi tamalito, le puse el timing para las doce y media y salí a sentarme en el lobby, en el lugar que ya había elegido, pero ahí estaba otra vez el jodido bicho que no me quitaba los ojos de encima, y con él estaba una cipota de unos veinte años que después supe era la hermana mayor, y cuando eran ya las doce y veinte, yo me senté atrás de ellos, en un sofá que estaba arrimado a la pared, pero no del todo, y ahí, entre el espaldar del sofá y la pared, era donde yo iba a dejar la bolsa… [...] Sí, una bolsa de plástico de la Duty Free Shop donde estaba ya la bomba activada para las doce y treintidós, y entonces, pa’no llamar la atención, me pongo a mirar unas fotos que yo mismo había tomado en las calles de La Habana, ¿y vos podés creer que el hijueputa bicho se da la vuelta en el asiento y me sigue ispiando? Y yo controlando la hora, doce y veintitrés, y veinticinco, y el puñetero bicho ahí, en su asiento, con la vista clavada en mí, y yo perro ya, deseando que volara en pedacitos… [...] Pues sería su culpa, por metido, y cuando eran ya las doce y veintisiete, en un momento en que el bicho se vuelve para hablar con la hermana y que me quita la vista de encima un momento, yo dejo caer la bomba en el piso detrás del espaldar y me jalo de prisa pa’la puerta, y ahí mismo agarro un taxi y me largo a La Bodeguita del Medio, donde iba a poner la cuarta bomba, y en eso, buuuuummmm, oigo el estallido de las doce y veintinueve en el Copa, y a las doce y treinta y uno, buuuummm, suena la bomba del Chateau, y a las doce y treinta y dos buuum, la que acababa de poner en el Tritón, y yo me imaginé al hijueputa bicho volando con las patas p’arriba y me hago el pendejo y le pregunto al taxista por las explosiones, y el comemierda me dice que están dinamitando unas rocas por ahí cerca, para construir un nuevo hotel, y al llegar a un semáforo, veo a un policía con un guoquitoqui que le hace señas al taxista de que se pare a la orilla de la calle, y el hijueputa se agacha para ver qué hay adentro… [...] Sí, pues, como en las películas, y me mira con cara seria, y yo cagado, porque imagináte vos, conmigo llevaba también la bomba que iba a poner en La Bodeguita del Medio esa tarde, y si al policía le daba por registrarme… [...] Ah, sí, lo que pasó con el bicho, según me contaron después, fue que cuando vio que yo me iba, empezó a jalar de la manga a la hermana y a decirle que yo había puesto una bomba, y a formar el alboroto y a gritar que se apartaran de allí, y de pronto buuummm, el bombazo, y en cuanto llegó la Seguridad interrogaron al muchacho y parece que hizo un retrato hablado mío que resultó como una fotografía, sí, en colores y todo me sacó el jodido bicho, y esa misma tarde me detuvieron, y trajeron unos hijueputas perros, que desde que me olieron empezaron a ladrar, que parecía que me iban a hartar… [...] Sí, como si estuvieran bravísimos conmigo… [...] Pero si el bicho ese no hubiera sido tan adivino y tan metido, nunca me encuentran. [...] No no, esa misma tarde, sin ninguna dificultad puse mi última bomba en la Bodeguita, y cuando salí respiré aliviado. Ya había cumplido mi misión, y al otro día por la mañana iba a abandonar el país. Ya tenía mi boleto de regreso, con su okey y todo, en Mexicana de Aviación. Pero al llegar al hotel, la policía me estaba esperando. La verdad es que yo hice todo lo que me dijo mi instructor y no cometí ningún error. Ninguno. Fue por culpa de la puta mala suerte y del jodido bicho español.

La Habana, agosto de 2002

El 12 de julio de 1997 un mercenario salvadoreño, contratado por el terrorista de origen cubano Luis Posada Carriles, al servicio de la Fundación Nacional Cubano Americana, colocó cuatro artefactos explosivos en igual número de instalaciones turísticas en la ciudad de La Habana, antes de ser capturado.


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